agosto 01, 2006

El agotamiento de ciertas luces

Y hablamos de aquellas mitades indelebles. La mitad del otro que queda en uno. Lo único visible desde esta isla rodeada por ventanales, es lo que esta fuera. Los vidrios nos sumergen hasta los añicos de la superficie y el río quiere ser escama. Vemos desde adentro, todo eso que emerge hasta el movimiento del oleaje inesperado. Hablamos de un porcentaje equitativo, el álgido témpano de pescaditos excluidos del fuselaje. El acuario retraído a cierta profundidad distante, la parte menos líquida, la otra parte, no la mía. Lo ajeno a esta unidad carcomida por la voz de una operadora submarina, un minuto acuático es todo lo que le falta a esta conversación.

Voy a conocerla antes del mediodía. Antes que se caigan los tubos de teléfonos consagrados a la estría de la cremallera. Voy a conocerla antes del deshielo. Antes de cada elemento.

Un agua. Imbuida en los orificios de la fragilidad. Se apoya la esfinge y quedamos desencajados. Secos. Es el origen secular de la resistencia anfibia. La ceremonia de la costa o el mercado retro. Hablamos de cosas viejas, vimos las mismas presencias en la continuidad del patio trasero bajo la parra, parecimos separarnos de la idéntica hidratación de las peceras.

Dos fuegos. El devenir es la excusa perfecta. Presumibles formas de aniquilar cada pausa que tiene el deseo. Nos derrite la rarefacción, se encienden las linternas acongojadas por la luz que las somete. Se condensan las salidas, no quedan puertas en la isla. El humo nos contiene, nos borra definitivamente del cauce. Se mueve el río flamígero y atrás quedan las mitades inconclusas. Algo se hunde, algo se quema.

Tres aires. Lo que viene a respirarnos. La deuda que deja el cuerpo cuando pasa. Los agujeros oscuros del vacío, la velocidad del flash. Como un vuelco asfixiado del cielo hacia los confines del paisaje. Una aguja grabada en el índice, en otra aguja que supura atmósferas. Esta frase inconexa deja espacios en la encía y sus cavidades obsoletas. Como un hueco desahogado del bote hacia las redes del silencio.

Cuatro tierras. Se ensucian las prendas, se prendan los besos perpetuos. Algo huele a sexo, estamos como antes, entre la geografía obtusa del centro y la posibilidad de ladearlo. La arena se escurre como cada figura que esta del otro lado. Aún quedan mitades. La escena cambia de estado. Buscamos comodidad en la elíptica creación de toda vuelta, nos rasgamos los polos y algo se achata.

Seguimos viendo ventanas pero esta vez no hay nada detrás de ellas, aunque la inerme hondura calme su impacto seguiremos siendo isla.

¿Voy a reconocerla después?

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