agosto 02, 2006

El otro lado de los monitores

Alebaila y se armonizan los teros merecidos del vino. El plasma se reduce a la consonancia de una hebra pretérita, los protocolos de una ventana que domina la mirada y no ve. Yo siempre la esperaba despierto, como si la única diferencia fuese la horaria. Quería que me invite a pasear la lengua por los refugios deshabitados del paladar, que me invite a verla. Son los resabios de un teatro desavenido y la conicidad de la escena postergada por la finitud de este espacio. Desde cerca somos vidrio, tal vez voz. Los huesitos de Nietzsche desmenuzados en el humus por las lombrices inmunes. Los paisajes que Kant nunca imaginó. Desde lejos somos añico, tal vez eco. La razón de una película arisca, adaptada a la bastedad del ojo. La inercia paralizada del efecto narcótico privada del afecto cromático a los camuflajes de un mar inasible. Desde acá somos movimiento.
Alebaila como ausente en los peldaños del deseo. La pulcritud del hombre invisible o sus gestos, la pericia de la lámpara que incauta oscuridades. El historial conserva al menos unas palabras aunque la imagen perdida de los precipicios no se recupera. Si la barra espaciadora respira, no habrá interludios en la noche, los controladores de esta estática ahuyentan la propiedad eficaz de la levitación. Y una función descarnada descansa en el ombligo anquilosado del cristal. ¿Habrá que comer alfalfa entonces? ¿Habrá que sacudir los mitos del moho? ¿Serán menos los normalitos que frecuenten las plazas dibujadas desde lejos con la mano de una estación invertebrada? ¿Vendrán los pájaros que le faltan al verde a picotearnos los pies entumecidos?
Alebaila y alguien puede reconocerla desde el borde flagelado de las mariposas, como un salto grande al vacío, al vicio de ser crisálida. Hay un aleteo constante en el danzar ciego del bandoneón. Pero ella baila trepando las fisuras del cactus, moviendo los andamiajes de los monumentos, precisando la inclinación del cuerpo desde los prototipos de un hada que busca la secreción de un paso tras otro. Baila en cuclillas, baila más allá de las latitudes, baila en su alfombra, baila en la risita congruente de los arcanos. Ella baila descalza en su pelo recogido, mi decir enmarañado. Los crisoles sumergidos en las comarcas hamacadas de los parados también respiran el fragor de los simulacros.
Alebaila desde las comisuras talladas del vientre. Desde las líneas periféricas del miedo. Desde la unción. Habrá que guiñar el invierno antes de los besos congelados. Habrá que mencionar una frase más con los pinceles rústicos, redimidos del mundo y eso que no mencionamos. Serán más las ruedas presas de un giro vecino las que detengan la culminación de los amaneceres aunque mientan. Vendrán los colibríes confundidos en el recuerdo de una bandada formal, retraída a los preceptos del cielo muerto, a iniciar el bramido de la cárcel primal.
Alebaila con las ciénagas fervorosas de los bosques, la silueta despojada de una calle abierta, sin fin. Castiga el momento silente, lo inefable. Mece la piedra erosionada de los recovecos. Recrea la luz de las espaldas, las marca con tinta de ciruela desprendida. Convoca sueños desprevenidos y los convierte en terciopelo. Puede escuchar después de los truenos hasta mojarse las manos para salir arropada de los laberintos potenciales de la memoria.
Alebaila porque quiere levantarse, seducir cada interludio del pez desafiante al aire como inducida al viento eléctrico. La piel carcomida de los continentes mutilando las escamas de una pantalla líquida y el papel tapiz. Yo voy a volver a conectarme con la comunión de las alas. Voy a recluir los ominosos distanciamientos de cada pestaña hasta que se funda la voz en el ojo, el otro lado de los monitores.
Alebaila y afuera hay algo que poco me importa.