agosto 25, 2012

Ángela de la casa


Como una presa, la locación se olvida de uno entrelazando la espera calificada de un aviso que vende un monoblock semi amueblado y una calle profana, al final del paisaje con su nombre huérfano, nunca pronunciado por las demás calles, nunca pronunciado por las demás presas. Encastrada en el Dios de afuera, que mira como un amuleto detrás de la ventana nos protege hasta acumular la culpa y la vanidad de los espejos. En esa casa no existe el tiempo ni la doble circulación, sólo el veneno del funcional ejercicio de los que miran y una oración ambigua para desconcertar el rumbo de todo pasante.

Obligada a fenecer ante el espacio que no habita ningún objeto pone en las cosas vacías, otras casas. Casas viejas y sinceras, con valijas y sin concreto, señaladas y cancerígenas, volátiles y artesanas. Casas mudas e hispanohablantes, intransigentes y despechadas, del barro y del mismo caos que trajo este corte.

Cuando despliega el vidrio del comedor que da a la garita de la línea f se aglomera el anticiclón de la perpendicular que confunde el vértice con su reminiscencia, el mundo sólo es lo que ha visto, lo que pudo ver. Un colectivo detenido cursante de la hora exacta, la llegada humectante de la vendedora de cremas, un celofán de amoníaco en las nubes subterráneas con camiones de residuos, nada más podría pasar en la coyuntura. Nadie más en su memoria de cosas quietas, suspendidas en la cuadratura de un plano fuera de foco.

Nunca duerme, nunca come, sólo mira con dirección medida a ojo, el rumor de las viejas de las bocas incendiarias en los balcones desapercibidos. Todo es enfrente, otra medida, la dirección contraria de las veredas desaconsejables con raíces de tierra firme y agua gravitatoria de campos magnéticos desapercibidos.

Maldice el remiendo que tienen las movilizaciones trazadas en la esfera de un acto sombrío haciendo del perímetro la contra mirada, cuántas cosas no pudieron detenerse en ella. Queriendo judicializar el mundo de los bloques linderos, encontrando el ángulo que festeje el acierto invisible de la ciudad aplanada.

La propia geografía está en la forma de pestañear que tiene sobre el pavimento caliente y esmerado a combinar su esencia con afables correlaciones inorgánicas. Queriendo visualizar el accidente que dio origen a lo que se contrae y se dilata hasta morder el anzuelo y perpetuarse en lo increado.
Alguien se dio cuenta de las puertas quiso entrar despacio como encubriendo la pena merecida de las moscas que le agregan a cada mueca una disolución facial de cuadro estampado en la pared sin revoque, tal vez una foto que condice con lo impasable. Alguien la vio, desangelada.

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