agosto 01, 2006

Codeguinsur

a Marcelo

“...después de apagar momentáneamente la lámpara, veo a la mariposa durmiendo en la pared, ignorando que la he encendido de nuevo...” Jack Kerouac

Toda minúscula proporción de cerdo en la inundación se somete a la viga del techo. Éramos apenas la certeza del domingo inmaculado, éramos la tentación invertida de unas vísceras tiroteadas por los pelos, éramos esa desazón. Cuando el agua arrasa las puertas, arremete contra las mesas, interfiere el avance de la humedad sobre la cal, hay un movimiento en las paredes que presume cierta erección edilicia. La razón del mosaico presagia una muscínea inusitada que sobrevive a la bombachita enganchada del alambre sanitario, esas ondulaciones pretéritas del sexo rasgado.
No podíamos hacer otra cosa que subir.
Subir casi hasta tocar un nimbo deformado. Subir por las fauces de Icaro despreciando el glamour de sus amígdalas. Subir las escaleras calculadas en la exactitud babosa de un caracol. Subir hasta los balcones imaginarios de los árboles viejos. Subir hasta la sima de los roperos de madera convencida. Subir hasta los desbordes de las cadenas simuladas por la histeria de un eslabón. Subir al sol.
Éramos apenas la incerteza del lunes disoluto, la conversión térmica del iceberg merodeado por la espuma del detergente vencido en el marasmo de la exhalación bucal, éramos dos. Desde que se licúa el piso, se estruja la tierra intransigente, se extingue la posibilidad del patio y llueve, llueve más allá de la hamacas, los tendones, las pretensiones del pavimento, se reduce el espacio, se preserva la disonancia del trueno. Llueve también en las yemas, los sicarios, la médula. Llueve en los techos.
No podíamos hacer otra cosa que seguir subiendo.
Ninguna mayúscula desproporción enmienda la combustión del desove. Ahora eran sus patitas rústicas, aseveradas por los disensos de arriba, una polución de insecticidas recluidos como las formas de los cuerpos a los cuerpos, las que entienden las dimensiones del charco. Desde arriba las cosas siempre parecen hidratarse, se multiplica el reflejo, el deseo, el reflejo del deseo, el deseo reflejo. Desde arriba somos áreas que persisten al espejismo del viento. Desde arriba somos sudestada.
Será entonces como descifrar un enigma acuoso con los recursos de la cobertura. El margen funcional de los predadores, un elemento anfibio en estos dedos y encender... encender otra vez la precariedad de lo que nos sostiene erectos, la rebelión de la gravedad hasta enrojecer la planta de los pies. Será como caer parados aunque la verdadera disgregación se haya erguido. Lo inhabitable del estómago se proclama habitable, con las pautas muertas de la física, se piensa viva como el plancton antes de caminar la cornisa de los estupefacientes asados. En la rejilla se escurre la habilidad de la carne hasta la plegaria infante de una dentadura postiza.
No podíamos hacer otra cosa que mantenernos.
La complicidad de algunas piezas sueltas en las alturas defienden lo que queda por conocer en el suelo, presionan las orejas con el pudor telúrico de las putas y sobreviene otra vergüenza celebrada. La presión de un esqueleto inmanente revuelve algún paso prófugo, después empuja el aire y hay pocas maneras de mezclarnos. Son las emergencias de una suposición, la escena del cuello, el incesante proceder del líquido y su olor a patio. Son los acrílicos soñados, los espasmos del tiempo, el aleteo constante de una mariposa invertida. Son las gotas que nos cubren.
Hasta que estuve arriba, no deje de preguntarme, si el chancho y yo podríamos ser felices...

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