febrero 26, 2010

En la afasia del molde


A poco tiempo de la medianera bajaron las hormigas como mentiras encadenadas y fueron ellas las que se revolcaron sobre nosotros como verdades de tierra húmeda. El hemisferio lesionado de las cartas. Una vez me dijo que nada de los hormigueros podía entenderse tanto como el lenguaje inequívoco de los viajes, una vez me envió un sobre sin destino exacto, sin el signo que remita posibilidades de ser devuelto, sin respuesta. Escatimaba las líneas que pensaba para escribir con lo que estaba seco sobre la losa desfondada.
El absceso lateral de lo que separaba un lado del otro, pero el tiempo era el mismo. A beneficio de la caída hemipléjica subordinado a su manera de decir las cosas, no pude decir que las hormigas ya estaban sobre nosotros, indultando todo elemento motriz que se desgrane del brote.
El desenlace telegráfico de la arbitrariedad de un límite, más que una caricia en el cuello desparramada en la piedra vertebral y su inquietante deseo por buscar la gramática precisa, la más simple. Mientras las hormigas recorrían los cuerpos de la cabeza a los pies y cubrían de espasmos los sexos, penetrándonos.
Nadie debió estar del otro lado, tal vez nadie debió estar de este. Pero era el lugar indicado para que la disgregación pretenda hacernos espaciados. Volvimos a pensar que decir aunque ya no nos veíamos.
Era cuestión de quedarse dormidos entre los abordajes del insecticida y su efecto alterado, sólo que ellas preferían la inmunidad y el traslado sincronizado de los alfabetos maternos.
Sin palabras.
Silbo para evitar el derrumbe, no quiero nombrarla, no quiero aplastarlas. Entre su nombre y sus figuras escuetas y garabateadas está la consignación de una letra que asoma como adelantando el derretimiento del género. Ya no somos singulares ni plurales, combinamos las formas menos limítrofes hasta desembocar en la herida anómica del habla.
Un ataque transitorio isquémico nos preserva del acto de simulación espontánea y la recuperación definitiva. Nos sentimos hormigas esquivando el límite de los cuerpos, queriendo practicar el silencio de los insectos sociales.
Serán otras las formas comunicacionales en el hormiguero y la coincidencia irregular del trueque nos hace únicos en su hábitat. Después llegamos a la cavidad de sus colonias de hembras estériles y fuimos los obreros imprudentes del encomio entre el desarraigo del silencio insociable.
En la relación mimética del ecosistema fuimos buscando la fertilidad de una hembra encumbrada que los convierta a la especie menos locuaz. Sangra la lengua por lo que no dijimos.
En el continente sintáctico del cartero se afecta la curvatura del espacio interior y ya nos sentimos confortables sobre el terciopelo de un hormiguero casual que evoluciona hacia su estado natural. Ella es el mismo sujeto tácito que la única oración de mis buzones modulaba.
Por si acaso, tengo el súbito molde de la conspiración. Tanta proliferación hace también del miedo, este corte.

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