septiembre 03, 2006

Intertexto

No son muchas las complejidades que tienen los aerosoles para desandar paredes y enmudecerlas, un cómic nuevo en el presunto memorial de la dormidera. Los adolescentes suelen desnudarse en el galpón, cuando la madre llora por el defecto lacrimógeno de la cebolla, el efecto árido del ojo y descubren cada parte de su cuerpo, inexploradas por el otro, las tocan hasta convertirlas en destellos de creolina y sangre.
Lorena ya no quiere saber que voy despacio, ni siquiera le importa si la flexión de la hendidura consigna el apresuramiento de las ostras. Los cobijos de las manos en la colmena pudenda, se chorrea la miel por la boca infecta y algo embadurnado por los dulces de más se calla, los empalaga el claustro. ¿Pondrán vernos los inquilinos de la órbita nupcial?
-Hola.
-La prisa tiene sesgos de aniquilación preventiva.
-Hace frío.
-Todas las gotas que recorren la chapa se llenan de herrumbre. El perro coacciona la caída con un tenue ladrido hacia la precisa nada. El espacio es una fijación obsoleta.
-Perdón no quería ilusionarte.
Las abejas lamen la piel. Después se abre una puerta, un chirrido desgarrador no podrá cicatrizar los anuncios de las bisagras. Por los techos corren escapando del ruido, los gatos. Y tal vez me quede con ganas de desprenderle los botones del guante. Tal vez exploten sus manos ahí dentro. Sin tocarme, sin tocarme.
Hay esoterismos en el humo, la nulidad del trance. Ella puso una antorcha en las moléculas del vidrio, la ventana por donde nadie ve. Dibujó la circunferencia inasible de los trompos sobre mi espalda. Las formas platinadas, la columna vertebral de un mosquito, una metonimia en los tatuajes, sus viñetas.
-Chau
-El espasmo del suelo contra la pesadez ingrávida del mundo.
-Mañana te escribo.
-El puño bien cerrado, la veda sacra. Por los senos de nuestras caries se diluyen los escombros de la pasta dentífrica.
-No insistas, tengo fiebre.
Algunas sombras se proyectan. Sabemos que alguien está entrando. Se acerca el último indicio de precariedad. Cuando lo visible se hace hambre, es porque lo invisible carece de imitación.
Las ronchas en los brazos no tienen continuidad en las intenciones del aire, fuimos vistos aunque el perro siga ladrando, es que la nada aún debe mantener esa posibilidad, la de ser nada en un ladrido. Por sí caben más opciones, la flamígera migración de los árboles, se debe a que las dimensiones de la voz no pueden desarraigar las líneas de la palma.
Como elementos transigentes, el galpón y el cómic no conseguirán jugar a ser muñecas, salvo un minuto antes de la cocción. Ahora somos nosotros los que estaremos próximos a ser cebolla.
- Pero yo sólo quería otro beso...

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