agosto 06, 2006

La traición óptica del mouse

Revolcarse dentro de los cajones inundados. Taparse hasta el cuello con una foto mojada. Dormir, hasta que alguien cierre. Mutile los resquicios de luz, los rincones desprovistos de color. Buscarse, buscarse...
Tengo un cine para daltónicos en los tobillos agujereados. Una cuerda los atraviesa, un acuerdo los redime. Que nos escupa Bertolucci, desde un cometa preventivo que estampe su cola en la segunda fila, una elipsis que vengue la sepultura de cierta evaporación, una vía láctea escaldada por donde fluya la humedad que mantiene la resistencia bajo este cielo. Que no exista el cielo.
La firmeza del pochoclo, su transigencia axial en el sartén, la rebelión azucarada de los dedos que bebimos de otra boca, suelen castigar el sopor de las butacas sobre el cuerpo. El reflejo de la linterna vuelve a llagarnos los ojos, no podemos asentar la postura. Algo se cierra esta vez y se encajonan las pantallas como infinitos postulados a la rigidez pública de nuestras paredes. El incesto de una mano descubierta araña la media de nylon, la inversión de las lenguas en los barrotes que sudan la jaula.
Madrid no está tan lejos de las espesuras salivales.
En algún lugar del mundo algún tero se suicida, la protuberancia verde de los jardines lo perturba. Otra negación del tono. Se pierde en la malignidad de los plaguicidas, esas fugacidades del óleo, hasta que lo lleve la intemperie. Como si algún tero fuese todos los teros. Y no hay vuelta atrás, el oráculo predador de las mariposas negras predice la razón aerodinámica de los títeres. Lo que esgrime las orillas de las cosas que guardamos, lo que viene después del claustro. Como si algún lugar fuese todo el mundo. Quiero recorrerlo me dijo, quiero recorrerlo.
Los brazos no están tan lejos de los aeropuertos.
Empedrarse en las veredas. Masticarse los labios velados, la comisura radiográfica. Desistir de las armonías del reflejo hasta que alguien abra. Quiebre la línea afectada, las insurrecciones del espacio entre sus tetas. Encontrarse, encontrarse...
Tengo un renglón desfondado. Un desierto de cadenas, una corazonada. De esta abducción se consagran las cucharas que revolvieron el esqueleto de la sopa a mediodía. El metal caliente encubre la sutileza de la sémola. Otra película amorfa. Si no falla la esfinge, todo acertijo devorará en los sumisos baldíos de la espalda, las respuestas ominosas de los reyes hasta salvar la estéril caída de los muros.
Cuando se enciendan los focos incandescentes de las ciudades despiertas. Edipo también podrá haber sido vasallo, aunque lo único que nos permita esta ceguera, sea vernos.

3 comentarios:

eggy dijo...

Jamás me había puesto a pensar en todo lo que me pierdo cuando voy al cine por estar tan pendiente de la pantalla. Eso me lleva a que, y agarrándome un poco del título de tu post, la traidora es la óptica, o sea la visión. Nada, me fui al carajo, pero en parte es culpa suya por hacerme pensar.
Saludos.

Anónimo dijo...

Las luces se encienden auqnue el cuerpo caiga en planos secuencias eternos, cual Angelopoulos hincandolé el diente a su 8 mm.
Seremos una tonelada de silencios hasta que alguién sobrevuele las cenizas de nuestros ojos.
Excelente blog, un abrazo cordial y prometo visitas!

Guillermo Gnomo dijo...

Muchas gracias, eggy y persio por sus comentarios, la luz siempre ha sido para mi como esa bombachita acromatica que asoma en la soga, abrazos.