septiembre 21, 2006

Hídrico

La detección simétrica del ojo en la horizontalidad del musgo en la pared nos hizo ubicuos. El agua bajó hasta las napas, los cromosomas de las alcantarillas. Cada vez que mitigamos las inclusiones del nivel y sube, los defectos sobre el revoque se notan o pasan desapercibidos. El correlato en las planicies laterales desafía las irrupciones del techo y sus grietas.
Las dudas de una mujer inundada.
Siempre cascoteando pelopinchos para deportar esas ondulaciones de la siesta, siempre comiendo de la ración periférica de los trampolines. Cuando llegaban los hombres elásticos se formaban las figuras submarinas pretendidas por la lona dormida. Había reflejos en la superficie y veíamos como se deformaban los acantilados y nuestros ángulos invertidos del miedo.
Las certezas de una mujer insomne.
Hasta que la decadencia perturbe las fosas y amanezcamos en otras piletas circulares del rictus. Hasta que tropiecen con el otro pie del acuario. Antes que los envases genéticos del renacuajo se consuman en la torsión del estilo. Ya nadie nada, nadie nos puede avisar si hay fondo.
Los trofeos cercenados asumen el riesgo de la vitrina, o al menos su pertenencia evasiva. Se congestionan los pisos, los pulmones... cierta delegación de éxitos y catarro palidecen. Cuanto más parecido es el camuflaje del músculo al cuajo póstumo del aire, más nos envolvemos en la humedad. La confianza de los golpes erosiona la espalda aunque llueva.
Había también una isla. Una palabra fundida en cada lugar que habitara el verde. La elongación de una frase establecida. Se mencionaron otros colores, la posibilidad de cierta policromía. Ninguna de estas casualidades parece descubrirse desde las empuñaduras del afluente anímico. Todo da vueltas cuando se va el agua, se revierten los cuerpos y somos verdugos vertebrados de una imposibilidad. Todo se excluye del lugar establecido.
Queda un diseño en la arena, como un vaticinio de la muerte. Somos agua y no encontramos razones para no serlo. El ahogo es la esquirla aliviadora del epitafio. Mientras caen los objetos desde otros pisos y se sumergen, alguien pudo haberse equivocado con los bordes.
La profanación de un límite. La inconexa necesidad de ser archipiélago. Un espejo emerge. La bóveda de cada escama. Un grito. Como la catarata del patio, que fluye sólo cuando no hay mangueras. Corridas. Por el circuito menos apretado se separan las propiedades. Hidrógeno. La reclusión de los mosquitos entre las hojas. Oxígeno. Nuestra génesis en la tierra y una ilusión anfibia. Vapor.
En el reposo de los minerales perecen las esponjas y los coladores. No queda resabio de cloro ni ranas mutiladas. Lo que flota es el deseo, únicamente el deseo. Después habrá que desagotar la cal por la rejilla del péndulo. Las bocas de expendio nunca simularon el caos sin amedrentar los coágulos.
Si la corriente se diluye en la trayectoria, algo podrá tal vez conciliar el sueño con esta sequía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estás dotado de la mejor lira. Me hace degustar lo inmortal de tus palabras, en mis sueños, mis sudores y mis orgasmos.

Guillermo Gnomo dijo...

Gracias jade es como degustar cada premisa de agua tónica y morder el vidrio