septiembre 21, 2006

Más caras y no son ajenas

Una desmesurada condición de ajenidad lo invadía cada vez que la soñaba. Ya no quería despertar, sólo soñarla. Con pañales o desprotegida, tomando la mamadera o envuelta en el papel de un caramelo ácido. Ha sido el vientre materno o la regresión pretérita del uniforme la que mantuvo intacta la especie, la intervención de cada mosca sobre la manteca.
Nadie pudo perder el rastro de la vigilia como él. La consecución de un sueño en un sueño era todo un pedestal de músculos anestesiados, donde nadan pulpos y mojarritas. Sumergido en las vacilaciones del contenido latente. El escapismo del dominó que nunca cae, las piezas corregidas por la forma, su esbozo. El zócalo desprendido de la estructura manifiesta del ladrillo. El dios supremo de cada uña, la promesa de otra vida después de las manos. Las huellas monásticas de los durmientes. Ella solía dar vueltas en bicicleta por esas cuadras barrosas del barrio axial. El agua se impregnaba en los pedales bordados hasta la suela y no veía más allá de ciertas esquinas. Nunca había cerrado los ojos hasta el día de los kamikazes. Los que se incrustaron entre las cavidades de los rayos para sucumbir, frenar la furia de los manubrios.
Así se fueron deslizando los escombros, vislumbrando cada pauta intermedia entre lo onírico y lo real como si fueran una misma cosa, ese punto, el andamio. Las últimas palabras de la mañana, la incursión occipital. El podía espiarla permaneciendo aún no conectado, la multifunción escaneaba sus tetas una y otra vez. A nadie pudo importarle el color ni la tipografía, un nick de estropajos y una imagen de payasos disfrazados de hombres tristes o envueltos en abejas melíferas, disminuida por la incursión intrépida del fotoshop.
La hora supone ser la señalada pero todo lo que duerme aún sueña y todo lo que se mantiene despierto conserva cada ojal desangelado con las mismas manchas de café que supieron amordazar la carne hasta derretirla en el momento exacto en que los relojes se detuvieron.
El sigue jurando estar viéndola. Los márgenes con brillantina, la defenestración de un colage intacto. El cursor se posiciona en su vuelta. Ella conoce las depresiones del relieve aunque no piensa en nada, ni siquiera en comprar un pasaje. La mueca pictórica que nunca vio. Los resortes del paisaje. De chica comía castañas bajo las enredaderas y se remolcaba entre las hojas muertas. Los retortijones de la savia convocan a los recreos de las orfandades y los cócteles de inanición.
¿Cuánto de verdad habrá en las escrituras apócrifas, cuánto de mentira en las sacras convenciones del caracol? ¿Qué secuela deja el aire cuando pasa y qué respiramos después?
Los aranceles del placebo parecen ser ahora nuestros, mientras esperamos los resquicios de un tiroteo, la bala perdida. La cura virtual de los agujeros en la piel depende siempre del aburrimiento. Un nuevo acceso directo y esta vez sin el diseño predeterminado, como si algo hubiese hecho que alguien olvidara un nombre, pero no la certeza que admite un carnaval de noche en la espuma. Mientras él pueda soñarla, ella seguirá despierta.

1 comentario:

La Maderita Grupo dijo...

me encantó el texto, mientras te escuchó cantar "es para georgina barbarrosa", lloro, de risa y de pena... jajaja, me encantó el blog puton. i love you with my heart made by stardust.