octubre 10, 2006

Del terciopelo y nuestra caspa

a Jani
Un guardarropa tiene suficientes motivos para alunarnos, todo lo que se esconde en él, nos acomoda. El espacio entre escalón y escalón yuxtapone cada mirada desubicada de las cosas, las pone en un mismo esqueleto. Voy a colgar el cuerpo de una percha, voy a incrustar la nuca en las concavidades de una prenda, y que me cuide la nena distante. Los cráteres pueden enfrentarse aunque ella contemple.
Lo que pude haber tardado en acercarme es menos de lo que tarda la calle vacía en recorrerse. Cruzar o no. Los cortes de este mediodía, ambivalentes, fruncidos, curten las manos, ese rato de roce donde van las bocas. Los hombresmueca infiltran la noche hasta la última gota de oscuridad y trepidan. Vimos enrojecer un satélite o habrá sido la misma sangre de siempre, la que fluye desde un pararrayos.
Vienen despacito las masas a poblar veredas, los pies marcados como mosaicos en la suela, vienen a descubrir los nidos de horneros licuados como legajos de ratones insurrectos. El pronóstico vuelve a equivocarse, las precipitaciones aisladas se han convertido en huracanes aliviando el ruido de las máquinas infectadas con el virus irreparable de un crudo litigio de avena. Vienen las cortadoras de césped a emparejar cabezas verdes de gritos encefálicos, vienen las fácticas jaquecas de las hordas como tribales en la cintura tatuados. La persecución aborda la invisible aparición del abandono, nos fuimos lejos por más que continúe el réquiem. Un exorcista tecnólogo sabe del back up en la epidermis, nuestro dermatólogo, de las porosas callosidades de la madre. Vienen despacito las viandas.
Hubiese querido escribirle un himno de avestruces y beduinos, dibujarle un garabato sobre los lados de la espalda, hasta que se vuelvan grafito los huesos de la columna. La regla que confirma la excepción, nuestra posibilidad de ser teléfono, llamarnos. Medir después los manuscritos apócrifos en otro mar, el de las conflagraciones del agua en la rejilla desbordada.
Un guardarropa tiene suficientes motivos para desvestirme, todo lo que se esconde en ella, nos zurce. La comisura del cuadro en otra perspectiva diluye el podio. Un estilo poco convencional, despecho o gusano. Ya ni nadamos en los charcos que dejaron las tormentas del último verano. Somos los resabios del vuelto en el azúcar desparramado de los caramelos de goma verde que dejó enfrascar el vidrio.
La acupuntura nos escama, cada aguja clavada en la sien, cada impacto del tiempo retardado. Desde el otro lado todo se ve distinto, desde este, igual. Será que el riesgo también asume quedarse, cruzar o no. Las luces suelen vulnerar las luces hasta que algo se apaga al final como ahora, terminan de amordazar las primeras palabras no dichas, las piedras acumuladas en los bordes de la lengua. Lo que deambula en el agua acumulada de los cordones insiste en salir un día sin evaporarse. También insisten los caracoles babeados en trepar la pared restringida por la cal. ¿Dónde habrán quedado los dientes postizos? ¿Cuál de todas sus risas se parece más a esta intención de abarcarla? Merecimos un espacio resguardado en otras ropas, las del placard restaurado. Pero ella sigue prendada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

nos han llevado al tenebroso mundo de nuestros armarios y sus mudas de ropas e historias. Tal vez hemos optado la oscuridad del ropero como en aquel video de The Cure, en el que Robert Smith y cia caian al vacio sin dejar de cantar...
A veces sobrevuelo el perchero de casa para ver cuantos azulejos soy capaz de levantar, otra veces, solo me quedo pasmado frente a la geografía infinita de las letras.
Gracias por el mapa de tus historias, me estan orientando en estos senderos de tinta y papel.
Abrazos!

Anónimo dijo...

Cuando es domingo me encierro en el ropero y me apolillo entre el punto fijo donde se detienen todas las miradas...Besos..PIPU