diciembre 11, 2010

Cinestesia


Todo el recinto albergado por los leopardos se había inundado de violeta. Recorrían puntos que olían al mismo color y no llegaban a ninguna parte, se veían del mismo color y terminaban comiéndose. Difícil desafío el de desplazarse por los anegamientos del color subrepticio de un disco compacto.
El referéndum de los nanómetros y un destino que nunca tuvo origen. El violeta avasallante que impone el tacto y los ojos amedrentados casi ciegos. Un predio rústico con la forma de la misma mujer modesta que nunca encontró la puerta de salida en la zona irregular y desprovista de lugares donde se limpie el cuerpo y las distensiones de los músculos en los miembros fértiles descrean de la imposibilidad de poder nadar.
Los leopardos al menos nadaban contra los vidrios de color violeta en las piletas de ultragua considerando el malestar que el color les propiciaba a la sequedad de su piel.
En las aferencias de lo sensorial el movimiento imperceptible de los animales nos recrean el nervio y una mirada constante al ruido que violeta penetra también el tímpano como haciéndose cargo de nuestra existencia, la diferencia con los animales ya sometidos a su engranaje.
El sentido confundido del ojo al que todo se le viene encima y lo acorrala contra su propio cuerpo, lo mete dentro de él, lo sumerge en la profundidad de lo inapropiado. Se desparrama el color por las rendijas y todo lo que era parte del interior logra esparcirse en la horizontalidad y crece la forma, se eleva. Transforma el paisaje gustoso. El rol de los inundados interviene en la sofocación de todo acto voluntario coordinado. El destello de otra luz nos disuelve al polvo de un violeta algo desteñidos hasta que dejamos de ver y todo es ese color que recurre en la manera de tocarnos y se asemeja a este desconsuelo propio de los espacios sin pileta.
Nos adentramos en sus fauces degustando el recorrido del tono mezclado en la longitud ínfima de onda. Un registro de pérdida conceptual. Extendemos los brazos y flotamos en una superficie de tubérculos sin coordenada, no hay borde en ella.
En lo último que se percibe, se esconde el efecto del físico menguante, el espectro que concluye el deseo empírico de la vista. La neuralgia que decapita el sismo, interviene en la misa ornamental que arbitra el juicio desfasado del repelente. El líquido corporal se introduce en las venas que no fuimos capaces de arrojar, un militante linfático que regenera la pigmentación amputando los valores y su destino degrade.
Los estruendos de vidrios después desperdigados en el universo violeta son la misma intención que tenemos por incrustarnos. El desplazamiento es anatómico y se configura a la espera de lo que sabe a leopardo daltónico.

2 comentarios:

escuchando palabras dijo...

Un aplauso!!! jeje, gordi espero verte antes de las fiestas...besitos

Javier F. Noya dijo...

Me deja la sensación de existencia miope, daltónica, perpetuamente circundados por peligros apenas descubiertos, como si faltaran sofaldar otros cromatismos. Bello escrito, todo un periplo. Abrazos.