marzo 11, 2011

Pérsico

A Pipu

Un pollo apoyado, el toro atorado, nuestras bocas evocadas. No te emociones, sólo haz el relleno en una olla que no sea la misma que usas para la depilación.
La tabula rasa que tabula el azar entrelazado a tus orígenes, lo mínimo en mi Nimo ausente, soslayado del layo. En el mismo as de la luz, el que guarda como un electrón que mascullaban los hilos. Promociones de silos, nutrientes del sistema tradicional. El aceite de oliva. Todos nos intoxicamos.
La mente vacía, la percepción sensorial iniciática del repulgue. Una horma deformada en la inhibición del vicio. Los esqueletos que le tosen al viento. Armar la forma de borrar las huellas, dejarlo todo en blanco. Gatillar con el gato al lado. ¿Qué calibre perece en el estómago, la caída libre? La bala fue precisa.
No marques territorio, sal del cuarto como menguando la sal del ingrediente. El alud de la salud mórbida. ¿Acaso el fracaso acá saca el caso?
No pases más la lengua por los restos impregnados en el tapper plástico, tras las añoranzas de la muerte nos fuimos despacio los dos, incluyendo el molde del disco apelmazado en el sartén. La fritura del ritual del mediodía de los amurallados, ralla la raya como límite limitando lo fronterizo con un tero precoz. El eco de la tapera, la intuición del dogma devenido en tu dios de cada máquina. Aquí nada suena como lo que enerva las zorras azoradas, ciertas licencias de recetas silenciosas, las ansias de volver a la lencería, nuestras encías vencidas, ¿sería la esencia esa parte del iceberg su enzima de cima cóncava?
Un ratón maratónico difiere de los monstruos egregios del pez apesadumbrado. El único océano que nada en las empanadas tras las rejas del horno, soborno que sobo en Kosovo el torno del disfraz que dista del miedo, más pasas en la rutina. El oso acorazado en mi famélica transición.
No te desvincules de la gastronomía osada. No le pongas aceitunas que se oxida la carne, gas que hace tu nacimiento. Miento, uno nace para ir muriendo en cada bocado, cada deglución perpetua del distrito hepático.
Algo se quema esta tarde en las panteras del panteón panadero. Así como nos irriga otra sangre de la periferia feriada, ahí donde duerme cada brasa. Grasa decapitada, de capital sincera, con la misma cera que antes fatigábamos las plantas de interiores, de los pies irrigados.
Lacera la masa de hojaldre sobre una mesa de hojas al drenaje sucio que la abuela configuraba después de la operación. Era la ración de la ópera que tanto nos daño el oído mientras el odio mandibular prefería otro manjar de cebras celebradas a la orilla del ripio. El bosque del sueño.
La cebolla inunda al sebo y bolla entre las bolas de fuego imberbe sin ver cuánto de la cocina supura su pura orfandad.
Ahora chorrea el líquido sobre las manos que buscan completar la escena. No pises los carozos más caros menos cuidados. El polimorfo segrega la propia saliva de la digestión. La armonía del mono evoluciona hasta que la cocción deja de ser la verdadera y sustituye la versión original del hombre especia. No debes condimentar lo que falta, el eslabón no se disuelve.

Foto: " la percepción sensorial iniciática del repulgue"

3 comentarios:

escuchando palabras dijo...

Mi querido amigo...siempre sorprendiendo...besitos

Javier F. Noya dijo...

Gastronomía y sucesión hacia el invariable destino, comemos para dilatar el momento ineludible. Bellamente escrito, con aliteraciones que percuten el sentido, como dirección y como facultad sensorial. Abrazos.

Fede GG dijo...

Un grande Fabricio, siempre te sigo...de manera anonima pero te sigo. Me pareces un tipo re groso.

Abrazo.