junio 15, 2011

Un chiquero menos cosmopolita

En esta guerra de chanchos, la dieta es para la paz, lo que la sobra para las moscas. Un anestésico de prototipos inusuales, los murales derruidos, una vitrola de ruidos mezquinos, el pacto conciliador entre una de las partes y los aliados.
Suena algo de música gospel en los alrededores y vamos sumando adeptos a la causa común. Las mismas absorciones del alud que entierra los desperdicios en las bocas de las terrazas de los edificios linderos, desde adentro seguimos mirando masacrar las vísceras, un exterminio porcino. Veía con asombro la cara de felicidad que cada chancho desdeñaba después de matar a otro chancho, supuse que algo de la misma especie sólo podía ocasionar felicidad y repudiarla a la vez cuando se extinguían las voluntades innatas, cuando de igual a igual las mismas armas sostenían el pleito sin congoja, sin omisión ni abuso, cuando todo es del mismo origen y viene del mismo chiquero.
Volaban los pedazos de marranos como neonatos por el aire y nuestra mirada agravaba la descendencia, el árbol genealógico de las Navidades, un fin de año desligado de la carne blanca. Nos embadurnaba la sangre exiliada de los matorrales y sólo oficiábamos de espectadores neutrales, sin dictaminar siquiera una sentencia que revitalice los andamiajes de un chiquero normal.
Si pudiésemos mordernos, ninguna pelea sería equitativa. Los desbordes de un chancho sacado eleva el rumor de un desenlace químico. Después vendrá la liberación, los resquicios del barro suave, la detonación final de las bombas grasosas de un dios chancho desenvuelto, atractivo y voraz. El perdón de los chanchos fieles, los que buscan la trascendencia en un chiquero superior. Las castas igualitarias del veneno, la rendición merodea la quinta como el mismo acto de contrición, el estado religioso de los chanchos también los redime, los calma.
Corrimos desesperados resguardándonos del hedor como hedonistas que se aíslan o sicarios rebeldes, entre el mismo sonido y la ración medida que se pudría en los platos de madera ahuecada. La vanidad del chancho nos convocaba como queriendo escapar de la masa amorfa y una hilera de chanchos nos amedrentaba, nos inundaba la vulgaridad o lo que hasta ese momento creíamos de ella. Una chancha preñada es más que un eslabón procedente del plancton, es la consecución del deseo chancho y mecanicista del mundo, es la preservación del cuerpo en la forma. Muchos chanchitos de chancros chauvinistas, achacaran los charcos hinchados.
Como planetas desorbitados la estirpe interrumpe su belicosidad ante la beligerante condición de los trogloditas. Se agrupan los muros delante de las narices fruncidas y algo parece estar seguro detrás del avasallamiento.
Lo que nazca, lo que venga después de cada brote exterminado, los chanchos del futuro, nuestra impiedad y esta estrepitosa irrupción heterodoxa por desigualarnos, hacen de todos los chiqueros del universo, el único lugar propicio para salvarnos del espasmo de los ojos decantados y las otras formas incorpóreas del coma.

1 comentario:

escuchando palabras dijo...

amigo me gusto tu entrada...espero verte pronto, te llamo!!! besitos