febrero 14, 2012

La indecisión del omóplato

“…le hizo ¡crack crack! el hueso al final. ¡Que ruido! ¡crack crack crack! hasta astillar…"
Indio Solari

Caminemos por la calle, no mejor por la vereda. Quiero que llueva, tal vez nos convenga el cielo despejado. Me gusta la comida vegetariana, ¿por qué no vamos a una buena parrilla? Voy a pedir sushi, tengo un terrible antojo por una buena hamburguesa con salsa picante y choclo. Esta noche nos vamos a cuidar, ya he dejado los anticonceptivos. Lo haremos en el auto, lo haremos en el motel, lo haremos en el jardín de mi abuela, lo haremos en la casa de papá, mejor no lo haremos.
Un hueso chico, hexagonal y ondulante no debe despreocuparse de la geometría que el cuerpo merece a partir del corolario de transparencia torácica. Como un brote psicótico sudan las manos que quieren tocar el vacío, la aturdida rutina de enaltecer las diferencias entre lo que finito, se guarda en la ofrenda, e infinito deja de transpirar para transcurrir disecado.
Las vértebras del trapecio escapular desconectan la figura del húmero con la clavícula y derivamos en eslabones en estado de coma con casas imperecederas sin retorno a los sectores más privados con fotos que manchan las paredes pintadas de amarillo agua, el paso de la puerta a la muerte. Porque ya no hay vida en las esquirlas de la madera terciada que ha estallado en los marcos para clavarse en el ecosistema doméstico, el que vulnera nuestro hábito capcioso. Ir y venir desde la posibilidad para no concretar la investidura.
Despacio, no rápido. Arriba, mejor abajo. Borges, no Cortázar. Menotti, mejor Bilardo. Visitaremos a la tía Julia, a mi amiga Vero, prefiero a mi ex que cambió el auto, mejor a Elena que se hizo un aborto, nos quedaremos en casa. Voy a limpiar la cocina, ¿quién limpio el baño? Servime vino, preferiría gaseosa, por favor que sea café, ¿y si tomamos agua.
Preguntaba si la parte más sólida pertenecía a la esfera primordial de toda composición que si bien podía ser humana, supone un desenlace mutante de estados. La fórmula cóncava eximida de la velocidad y la fuerza para que un dardo concuerde con el número exacto de las adivinanzas. Levantaba el hombro izquierdo clavándose el mentón en lo que le queda al espacio bipolar de las almohadas. La baja presión la salva del tentáculo penetrante que la gastronomía del pulpo esgrime. Las palabras ventriculares que quisieron ser amígdalas como el silencio perfecto que cada incrustación había añadido al tórax. Las estructuras edilicias sobrevienen y todas las aberturas arcaicas se cierran en la vellosidad ufana del sueño. Todos corren desparramados resbalando en la brillantez del cerámico, excederse intensifica la caída pero nadie sale de los tendones de los escombros para ver que arquitectura le conviene al pecho y que pecho le conviene a la espalda.
Como una fermentación de aceites vencidos en la misma decisión del ruido por dejar de serlo. Cruje en la contusión de las certezas, traza lo imaginado por la tiza y la espera del cicatrizante. La indecisión también tiene su antidepresivo, en esta figura deformada del dogma terminal de los desosados.


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