junio 21, 2012

La hermenéutica del movimiento y sus consagraciones cítricas (la noche que me hiciste gajo)


Cuando el movimiento se parte, se desgaja el todo como en la médula de una naranja pulposa invertida. En la seda donde se revuelca un gato. La vi descascarando y escupiendo las semillas, detrás del vaivén de todas las cosas que no se mueven, ni se moverán. Miraba con los ojos fijos depositados en los ojos míos, me dijo que eran naranjas de campo, muy jugosas, y que servían para exprimir. Algo del jugo había manchado su tejido, justo donde la periferia de un pecho no intenta continuidad ni interrupción alguna. Sólo espera el tacto por sí el movimiento también fuera a desvanecerse después del aerolito.
Es la preservación de la especie que despoja de tronos maduros en la frugalidad del deseo estomacal. Cuando la partida se mueve, se asemejan los ápices por debajo del esternón. Detrás de ella pasaban los trenes descarrilados y se tocaban como los gajos nunca vencidos. Su proceso era minucioso, ubicando las uñas en cada lóbulo conspirador hasta ramificar la gota dulce por todo el circuito, así enraizaba también el entumecimiento.
Ciertas celebraciones, la festividad de todos los demás gatos que buscan los desperdicios y los hacen sorbo. Se enlaza lo de adentro con las cosas que afuera brotan desde las germinaciones hasta sus trompas ligadas. Cuando una de las partes se desliga del todo, el movimiento se desliga del movimiento y se hace parte en el todo, todo en la parte. La trayectoria parabólica como simiente adulterada que infringe su boca para que no encontremos represas donde contenerlas, me hice una escuela de plantaciones en las naranjas educativas que van multiplicándose como panes y peces intergalácticos sin que nadie juzgue que apenas una simple oscilación nos permitirá morarnos.
Me dijo que en el hesperidio se escondían los flavonoides retratados en las inmediaciones de los cítricos inmóviles, ni los pomelos ni las mandarinas. Lo dulce apropia la ventaja de la culpa reconocida y la desventaja de la impunidad. Por eso ella seguía escupiendo retrasos de naranjas de ombligo.
En la cura desdeñada, los alfiles reumáticos dejan de lado la superación y lo oblicuo se hace recto, como una torre inverosímil que se acepta surrealista desde el último sueño de reina.
Como el ácido oxidante, las locomotoras se fueron depurando, siempre detrás, adjudicándole a la fotografía del universo contiguo a esta habitación, un contraste de paso a niveles violentos. Sin los matices de los últimos trenes que miramos juntos antes del enroque. La posición también era la misma.
Una jaqueca que juzga la metamorfosis del dolor, la comodidad de sus manos ahora en mi boca, segregando los líquidos más adheridos, sin siquiera mascar la sangre que queda en los vagones, las cuadrículas inutilizadas. Todo es tan medido como atiborrado. Los cálculos nos subestiman, un jaque que no juzga.
Como una pronunciación infinita, esta vez me preguntó si la muerte de la naranja era también la muerte del movimiento.

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