octubre 24, 2012

Clara como el agua


Mi madre es como un panal austero de sótanos, donde abejas incorporadas al espacio de abajo sudan la miel que después consumimos. La concepción de lo más dulce. La mejor manera de ver in útero cuando el cuerpo se incorpora al espacio de afuera. La razón del vientre.
Mi Edipo inconcluso salva las tardes de chocolatada con churros, de chico, después de mirar los dibujitos animados o estudiar geografía. Redime los mediodías de domingos lentos, de grande, después de dormir un poco. La salsa entendida vislumbra la inclusión de sus manos al mundo. No sólo de insomnio vive el hombre. Aunque yo sea al género, lo que ella a mi existencia.
La intrépida excepción de los registros mecánicos sin las escaleras o el miedo a las tormentas. A veces ella sangra pero cura con el líquido más prístino cada corte desvencijado como encendiendo una vela aromática si la luz se desvanece en los mismos focos que me vieron leer el principito o la obra completa de Néstor Perlongher. Sabe de los secretos que refractan la esencia misma de las cosas, también cuando mi cuerpo se desvanece adentro.
No le molesta tanto el dolor primal en las cervicales, vuelve a sus quehaceres con el mismo orden que se conserva en el movimiento de la última asana. Námaste me dice, casi como un gesto prudente para abrir la mañana desde el reposo cordial de la espalda detrás de un vidrio que me inculca el color y la forma. La postura del universo. El beso armónico. Los muñecos articulados. El desborde de la fiebre en un paño húmedo. La ciencia de una mirada.
Mi madre podría haber sido tranquilamente la reina del enjambre, pero prefirió ser panal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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